La mujer en la creación

Cuenta la leyenda, que hace mucho, mucho tiempo; cuando Dios hizo la Tierra, después de trazar el circulo sobre la faz del abismo, de separar las aguas de lo seco, de acomodar la vegetación según cada lugar, y las especies según su medio hábitat; creyó que todo carecía de propósito.

Entonces pensó, que tal vez sería buena idea hacer un ser semejante a él, que pudiera acumular sabiduría y aplicarla para su propio bien. Entonces, Dios hizo al hombre, a su imagen y semejanza lo hizo.

El hombre estaba fascinado explorando la Naturaleza, y poniéndole nombre a lo que encontraba a su paso. Pero, poco a poco esa fascinación iba desapareciendo, la motivación se iba perdiendo, y el entusiasmo decayendo. Y llegó a la misma conclusión que Dios; creyó que todo lo que estaba a su alrededor carecía de propósito.

Dios se dio cuenta de lo que acontecía en el interior del hombre, y pensó que lo había dejado incompleto; se puso a analizar la situación, sabía que l hombre necesitaba motivación, inspiración y un por qué hacer las cosas, y extraer el máximo potencial de sí mismo y de la naturaleza.

Dios reunió los elementos más bellos y sublimes de la Naturaleza; y se puso a trabajar arduamente en su proyecto, en su obra cumbre, en el toque mágico de la Creación: la mujer. Después de días de arduo trabajo, de pensar y meditar, y de ir perfeccionando su obra, quedó complacido; había logrado su máximo objetivo, lo que le iba a dar sentido y propósito al hombre y a la Naturaleza.

Ya una vez que terminó de hacer a la mujer se la presentó al hombre, y se la dio por compañera. Al hombre al instante le brillaron los ojos, resplandecían tanto que alumbraban a su alrededor. La mujer vio el fulgor en los ojos del hombre; y el hombre sin esperar más se acercó a ella, la tomó dócilmente de la mano, acarició suavemente su mejilla, acercó sus labios a los de ella, y los rozo suavemente, dándole su primer beso. Y en seguida empezó a mostrarle sus descubrimientos; entre ellos estaba la belleza de la flor; tomó una y se la dio, y acomodo otra en su largo y bello cabello.

Juntos empezaron a construir cosas y a transformar la Naturaleza. Festejaban como niños, había mucha algarabía entre ellos; todo era dicha y felicidad. Pero, en un momento dado, el hombre quería explorar más allá de lo que había a sus alrededores; su irada siempre la dirigía hacia un lejano horizonte. Se lo planteó a la mujer, y la mujer o quería; pero el hombre, no lo podía resistir, quería conocer más.

Por fin, lo hizo; ampliaba un poco más sus horizontes, dejando a la mujer en su refugio, protegida de cualquier contingencia. El hombre transportaba herramientas; y siempre volvía con algo nuevo y desconocido para la mujer; y ambos seguían creando cosas nuevas, con los nuevos recursos que encontraba el hombre.

Sin embrago, la mujer pasaba largas horas en soledad durante la ausencia del hombre; y sentía un vacío, una nostalgia; tan acostumbrada estaba a su compañía, que lo que el hombre traía no la consolaba.

Y empezó a manifestarle al hombre emociones nuevas que él desconocía: enojo, irritación; aparte de que experimentaba nostalgia. El hombre estaba confundido ante estos acontecimientos; acudió a Dios, elevó su voz y dijo: Dios, Dios. Dios le contestó: heme aquí, en qué te puedo ayudar. Dijo el hombre: la mujer que me diste por compañera no la comprendo, tiene cambios repentinos en sus estados de ánimo; me podrías dar una guía para comprenderla. Dijo Dios: No hay guía para comprender a tu compañera, así como no hay guía para darle explicación a todo lo que acontece a tu alrededor, en la Naturaleza; ese es tu trabajo: esforzarte día tras día en comprender a tu compañera y darle explicación a todos los acontecimientos de la Creación. El hombre sintió que sobre sus hombres recaía una gran responsabilidad; y confundido le dijo a Dios: ¿Te puedo devolver a la mujer? Dios dijo: Sí. Y se llevó a la mujer lejos de la presencia del hombre.

El hombre, que ya había descubierto más cosas, seguía creando inventos. Pero, poco z poco su entusiasmo iba mermando, su motivación; y también sus fuerzas iban decayendo; su apetito, su vigor. Y llegó un momento dado en que cayó de rodillas, sin fuerzas, sin aliento, sin motivación; estaba completamente derrotado. Con el poco aliento que le quedaba miró hacia el cielo, y casi sin fuerzas, dijo: Dios, Dios; y tomando un poco de aliento, elevó su voz y volvió a decir: ¡Dios, Dios, Dios! Dios lo escuchó y le respondió: heme aquí, para qué me ocupas.

El hombre le dijo: tú me diste a la mujer por compañera; te pido de corazón que me la devuelvas, la necesito. Dios le dijo: Te di a la mujer por compañera, como lo acabas de decir; y tú me la devolviste. Ahora dime: ¿Para qué la quieres, para qué la necesitas? Dijo el hombre: Cuando me diste a la mujer, no podía valorarla; nunca antes había sentido la presencia de una mujer; poco a poco empecé a conocerla, a explorar su naturaleza; y sentir la fragancia de su piel, de su belleza, de su ser. Ella me daba palabras de aliento, me impulsaba con su mirada; sus caricias me embriagaban; sentí el éxtasis de su dulzura; y de alguna manera ambos nos hicimos uno sólo, una sola esencia. Cuando te la llevaste, sentí que mi alma se desgarraba, que se partía en pedazos; pero, me encontraba en un momento de confusión, y creí que podía seguir sin ella. Hoy me doy cuenta, que no es así, la necesito más que a mi propia vida; te lo ruego, te lo imploró, te lo suplico: devuélvemela, la necesito.

Dios, vio que el hombre era sincero; y decidió devolverle a la mujer. Y le dijo: está bien; pero antes quiero que me prometas una cosa. Lo que quieras, lo que quieras; dijo el hombre desesperado. Y Dios continuó: quiero que me prometas que te vas a esforzar día tras día en comprender a tu compañera, en apoyarla y hacerla feliz. Dijo el hombre: ¡Lo prometo Dios mío, lo prometo! Algo más, dijo Dios: quiero que comprendas que su felicidad es tu felicidad, y su bienestar es tu bienestar. Está bien, contestó el hombre.

Entonces, Dios llamó a la mujer. El hombre al verla se acercó lo más rápido que pudo a ella; y ya estando frente a ella, la mujer miró en los ojos del hombre el arrepentimiento y un amor profundo. El hombre susurró unas palabras: ¿Me perdonas? La mujer había escuchado lo que Dios y el hombre hablaron, aunque no se encontraba ante los ojos del hombre. La mujer con todo el corazón y el amor que sentía por él; sólo dijo: Sí, te perdono. Se fundieron en un fuerte abrazo, y le siguió un tierno beso; y con ello pactaban su amor eterno.

Me encoeste texto y lo incluyo en el blog para celebrar el día de las madres que son extraordinarias mujeres.

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